Las nubes no dejaban contemplar la luna en la plaza, los
cascos de los caballos paseando, tirando de carros, gente andando de aquí para
allá, cerrando los comercios y a la vez ellos dos solos. En los labios un
cariñoso te quiero asomo cerca de la oreja de la dama, en el pecho pudo sentir
su frío adiós.
Era ya la tercera vez que mataba, podía sentir en la
expresión de la mirada de su ultima victima ese vacío, ese dolor. No se lo
esperaba, los ojos llenos de tristeza y la boca encogía su expresión en profundo
dolor, mas cascos de caballos, mas gritos de mercaderes; nadie que nos escuche
aquí. Desclavó el acero del delicado pecho con calma, dejando que el filo
rozase con delicadeza esa mano que lo apresaba, inerte... sin fuerza y sin
vida. Las manos algo grandes del asesino movieron la espada de filo corto;
entonces asomó el rostro y los ojos azules oscuros su pudieron ver en la
oscuridad, examinando la sangre de ella como si fuera lo mas amado, deseado.
Pronto desapareció esa expresión y también esos ojos en la oscuridad del sitio,
solo se pudo ver como un pañuelo limpiaba el filo de la sangre.
A la mañana siguiente el cadáver de esa muchacha de la
veintena de edad fue encontrado, acunada en una fuente, a pesar de la manta que
la arropaba la herida era evidente. Las nuevas se extendieron en la región. Él
solo se limitó a esperar; su cuarta victima mientras como cualquiera, paseaba
por el sitio...
Como alguien más.
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