Ya tanto tiempo contigo Sally, casi
ocho meses y me has robado el corazón… ¿o quizá sea una de las cosas que no me
hayas robado?
Hace frío en este sitio, estoy helado.
Igual es que únicamente siento escalofríos al recordarte, a ti, y todo lo
pasado en este y otros lugares. O a lo mejor es un efecto secundario de la
droga que usaste…
Aún recuerdo el día en que nos
conocimos, el estómago me estaba matando, los burritos buscaban abrirse paso en
mis intestinos de una agonizante manera, arrojándome fuera del club en el que
estaba con Marvin hasta la Avenida Principal, a la espera de un taxi para poder
volver hasta el hotel. Llovía como si fuera a romperse el cielo, no pude evitar
reparar en ese negro con un toque grisáceo de las nubes que encapotaban el
horizonte… las luces artificiales emitían un caleidoscópico abanico de
resplandores en el que te encontré, empapada por la lluvia… tu vestido goteaba,
marcando tus curvas hipnóticas y realzando el blanco pálido de tu piel. Tu cabello
azabache se adhería a ella y a la tela. Una mariposa a la espera de aletear de
vuelta a casa y desencadenar el caos en mi pecho.
Yo, que no soy hombre de muchas
palabras me acerqué hasta ti, reuniendo mi poco valor para poder romper el
tenso y lógico silencio que había entre nosotros (además de las distancias al
caminar junto a ti, Sally). Pude ver tu esquiva mirada observándome de cuando
en cuando, todo, mientras paseabas a la espera de ese taxi que nunca llegaba
para ninguno de los dos. Dios Sally, en cuanto tus ojos miel se posaron en mi
pude notar una descarga mayor que toda la corriente que iluminaba la Avenida Principal.
Hice acopio de fuerzas y comenzamos a charlar, ¿lo recuerdas Sally? Esa
presentación en la que maldecimos la ley de Murphy en la situación con los
taxis… y el resto que vino después. Tres horas bajo la lluvia, hablando de
tantas cosas: las vueltas que daba la vida, los valores vacíos de la gente de
hoy en día… la música que nos apasionaba, la literatura… En toda mi vida me
pude sentir tan completo hasta el momento que pude conocerte, hasta que por
fin, tras agonizantes minutos de desearlo, pude con esas palabras que dije: “lo
siento si te parece esto demasiado atrevido”, robar de tus labios un beso, el
mejor beso, el único beso que logró liberar de mis mejillas ya mojadas lagrimas
de felicidad.
Ahora recuerdo el rostro de Marvin, la
sonrisa que puso al vernos en el metro la noche que te conocí. Cuando nos
preguntó, sin reconocerme, la hora. Hasta que al responder vi su expresión de “qué
pedazo de cabrón eres, y eso que estabas mal del estómago”. Pero ese gesto no
era nada en comparación con el tacto de tu piel recorriendo mi cuello… Ahora en
la bañera soy incapaz de llorar Sally, tampoco soy capaz de temblar, ¿no es
extraño? En este manto negro que me rodea aún puedo ver el amanecer en el
parque Griffin. Los dos pegados, arropado con tu cuerpo desnudo que estaba
pegado al mío, junto a tu pasado que fuiste deshojando. Ese padre que te
maltrataba, una madre impotente y un hermano… ese maldito imbécil que debía
protegerte y en lugar de eso se limitó a hacerte más daño cuando escapaste a su
vivienda, soportando torturas psicológicas por su parte y la de su novia. Por
eso no puedo culparte Sally, ¿quién podría? Me pregunto qué te llevó a pensar
que algo así ocurriría…
¿Quién podría cargar a tan bello
ejemplar, mi ángel? Maltratado por la vida, por todos los que fue conociendo… a
excepción de las pocas amistades que tenías que en vez de limitarse a amarte
(por suerte para mí) simplemente te hacían compañía en los buenos momentos.
Siempre has vivido dejando de lado esa cara oculta que mantienes, como la luna
que brillaba la noche que te conocí.
Pasó el tiempo, quedando algún día que
otro en aquel garito de mala muerte, el Sputnik, frecuentado por multitud de
gente que danzaba al ritmo del post-punk, pero esas personas no existían en tu
presencia, preciosa. Esas notas, esa música no podían rivalizar con el hecho de
escuchar el timbre de tu voz en los momentos que me hablabas, en las veces que me
llamabas para confesarme lo que te ocurría en el trabajo. Aquella clínica de El
Salado dónde sobrevivías harta de los pacientes, de tus jefes (sobre todo ese
que mira pornografía homosexual… pero siendo hijo del dueño era una
transgresión que todos ignoraban). Cada vez que te veía de noche intentaba con
toda mi alma que olvidaras las presiones que sentías por ese día a día, esa
monotonía. Ahora aquí entiendo que no era mi alma lo que necesitabas, pequeña.
Me llamaba la atención cómo vigilabas
mi salud. Por ti hice muchas cosas… dejando de lado adicciones como el tabaco y
el alcohol por otras aún más adictivas, tu cuerpo, tus palabras, tu esencia.
El sabor del whiskey quedaba en nada
con el de tus labios, con el de tus besos. La fragancia del tabaco fue eclipsado
por el de tu cuerpo, sudando en aquella habitación del motel. Tampoco pude
quejarme cuando fui a tu piso, una vez te libraste del capullo de tu ex novio,
que era incapaz de valorarte tanto como yo te valoro a ti, Sally. Ahora
acaricio el esmalte blanco de la bañera, añorando tu piel, igual de fría y
suave.
Marvin se asustó cuando se percató de
que sustituí su compañía por la tuya, pero ¿quién podía competir contigo? Con
tus palabras, con tus gestos y miradas, con tu tacto y caricias… él no podía saber
nada de ti, un capullo que solo se preocupa de meterla en caliente me infundía
el temor de darte una mala imagen. Puro interés fingido con tal de poder
llevarse a su habitación a una ingenua muchacha que estuviera dispuesta a
vender su cuerpo. Pero ellas no eran como tú, ellas, vestidas según marcaba la
doctrina de la moda, ofreciendo conversación vacía y superficial… un reto
demasiado sencillo (y a la vez aburrido) de resolver. Eran solo algo que poder
meter en cualquier rincón de mala muerte para meter otras cosas. Marvin
prefería eso, yo te prefería a ti, Sally.
Aún recuerdo las visitas al Seventh Circle,
donde te quejabas de ellas… dándome un inmenso placer para continuar con ese
juego donde nos reíamos de la “lolita” de turno que se dejaba fotografiar
creyéndose una modelo de alto standing. Sin saber que para nosotros estaba
haciendo el más profundo ridículo, exponiéndose a nuestros más afilados y
venenosos comentarios que eran intercalados con profundos besos, en un abrazo y
complicidad que ningún mortal de aquella sala podría haber entendido. Dando
cuenta de esas interminables charlas sobre los valores que tiene la gente, tan
vacíos y estúpidos, superficiales y predecibles. Ellas se creían las reinas de
la noche por esos vanos momentos con una cámara digital, pero mis ojos
superaban cualquier mega pixel de esos aparatos, centrados únicamente en ti,
Sally.
Me confesaste cada detalle de tu
mente, de tu pasado y anhelos para el futuro. Y me sentí el hombre más
afortunado del mundo… Me sentía tu más cercano cómplice, tu bienhechor y su
malhechor. Tu amante, tu amor… pero todo eso tiene un precio, compruebo ahora
Sally. Me tocaste como había que tocar… me usaste a tu antojo, pero si pudiera
dar vuelta atrás… volvería a caer en tu telararaña.
Con mi edad, casi en la treintena… me
sentía de nuevo como un adolescente viviendo su primer amor. Aún recuerdo a
aquel indigente que se atrevió a maldecirnos como un loco en audibles susurros,
en el abrazo que te di, sacando la navaja automática de uno de los bolsillos de
mi abrigo y tu mano tomando la mía… animándome a que no me metiera en líos, que
le dejara en paz, pero no hubiera podido hacerlo de atreverse a hacerte algo a
ti, preciosa. Con el tiempo te fuiste acostumbrando a ese peculiar arma blanca,
insistiendo en que la llevase ya que te hacía sentir más segura. Pidiéndome que
la enseñase y mirándola con tu sonrisa de perlas resplandecientes. Podía haber
visto tu verdadera cara en aquel instante, pero estaba tan atrapado en tu
esencia que me quedé ciego, tanto como lo estoy ahora.
Tu mirada observaba ese filo con
malicia, con cierto gusto como haría una niña traviesa que a pesar de haber
hecho una maldad no ocultaba su vergüenza o temor a una reprimenda. Tus labios,
esbozando una pérfida sonrisa que me cautivaba… no era algo normal en cualquier
dama, pero eso… eso me atraía más aún. No puedo remediarlo, me encantan las
mujeres mortíferas, las “femme fatales”… mi “lolita”, con aspecto inocente pero
igualmente letal.
Ahora me pregunto si usaste esa navaja
conmigo o no.
Y en esta bañera la vida se me va
escapando, o quizá es que es más difícil respirar con un solo pulmón. Pudiste
haberte llevado mi corazón y romperlo… pero elegiste otras cosas.
Con el tiempo Marvin se abstrajo con
otras compañías, viendo que yo estaba perdido en tus redes, se fue con otras
personas. No le culpo, además hizo bien en alejarse de nosotros dos. Al menos
él pudo salvarse de este destino tan fatal. De este frío infernal… tanto como
el roce de tu piel, frialdad que achacaste a un problema de circulación.
Recuerdo el último mensaje que recibí
de Marvin, fue un poco antes de cumplir medio año de conocerte, me preguntaba
qué haría el sábado. No sabía que contestarle; era increíble, fue la única vez
que caí en la cuenta de que me habías robado la razón… ¿cómo excusarse ante un
viejo conocido con el que había compartido tantos momentos juntos? Se me hacía
incómodo decirle la verdad, pero también mentirle… por lo que lo mejor era directamente
no responder, que fuera su propia mente la que cavilara sus conclusiones. El
pobre Marvin no tuvo ocasión de conocerte, pero como antes he pensado, mejor,
él no era merecedor de ello y tampoco sería de tu agrado. Una noche en la que
estaba libre de tu influjo me pude cruzar con él, el pobre diablo intentaba sus
patéticas estratagemas para ligar con una chica que a pesar de carecer de
cordura, era lo suficientemente lista y se hallaba lo mínimamente sobria como
para rechazarle. Pobre de él… ¿o afortunado? Las mujeres son el único motivo
por el que un hombre cae… sin poder levantarse hasta mucho tiempo después. Motivo
por el que sigo aquí desprovisto de fuerza, caído en la bañera. ¿O es lo que me
pusiste?
Marvin, que se conformaba, acicalado
con sus pobres vestimentas sencillas de camisa y pantalones “todo-de-negro”,
con ligarse a la más estúpida que se creyera cada una de sus mentiras…
limitándose a hablarle de sus penas personales para hacer parecer que era una
persona profunda (cuando en realidad lo único profundo que quería era
clavársela a la dama de turno), limitándose a hablar únicamente de sí mismo,
una y otra y otra vez. No era capaz de expandir una conversación que no fuera
simplemente algo personal. Sí, me iba entonces tiempo atrás con él porque era
consciente de que no podía hacerme competencia alguna con mi encanto, un mero
bufón con el que poder ofrecer a esas damas algo mejor donde elegir entre los
dos. Pobre diablo, pero seguro que más se compadece de mí al verme en tal
estado aquí… Nunca fue rival para mi, quizá por eso aprobaba su compañía, pero
una vez quedé prendado de ti, Sally… entonces no pude volver a verle. Él solía
(y suele decir, apuesto por ello) que las mujeres son como la sombra: cuanto
más te acercas a ellas más se alejan de ti, y cuanto más te alejas de ellas más
se acercan. No era tu caso, preciosa.
Tuvimos la suerte de cruzárnoslo en
esa única vez, ahora con mi voz queda, casi enmudecida quisiera que estuviera
para llamar a emergencias. Pero en vez del número de emergencias viene a mi
mente el número de tus medidas, el número de tu teléfono, el número
interminable de besos que te di, que me robaste... el número de veces que tu
imagen desfilaba por mi mente. El roce de tu perfume que golpeaba mis sentidos,
aquella colección de canciones que me deleitabas cantando con tu voz de sirena.
Las confesiones que me otorgabas en la almohada... todo perdido, robado como lo
que has tomado de mi...
Las veces que bajo esa sabana te
estremecías al recordar hechos del pasado que me contaste con tanta
minuciosidad, logrando contagiarme esos escalofríos al sentirme impotente por no
haber intervenido en aquellos hechos, de saber cuántos se atrevieron a dañarte,
a impedir que dejaras volar tus alas en pos de un futuro menos bruno. En aquel
entonces sentía un nudo de ira y angustia, mezclado con cierto alivio y placer
al ser partícipe de tus más ocultos recuerdos y penas... de la confianza que
gozaba, pero ahora pienso si eso no fue una mera ficción para atraparme en tu
juego... ¿es eso lo que fui para ti? Suspiro pensando que aunque yo en esa
intervención no pudiera sentir nada tú quedaras desgarrada, un anhelo que en el
fondo de mí ser veo como algo ridículo... cosa que estas heridas cerradas con
tanta habilidad demuestran.
Y mi mente retoma aquel momento en el
que fuimos a los barrios bajos de Los Angeles, su paisaje tan desolador
mezclado con cierto aire bucólico por la cantidad de artistas callejeros que
poblaban las calles, visitando el Asphole, un local que a pesar de ser bastante
angosto, con una inhumana sobrepoblación de clientes y un ambiente tan
asfixiante como tu voz. Lacuna Coil a todo volumen, Therion... y más grupos que
eran tu predilección, y a pesar de que nada de eso me atraía sentí un halo de
felicidad allí, al tenerte en mis brazos, dejando que los demás vieran cómo no
podían gozar de ese privilegio que me daba tu pequeño y frágil cuerpo, tu
pálida y sedosa piel junto a la mía... las miradas y sonrisas que arrebataban
de mi pecho un pulso acelerado como el inigualable aleteo de un colibrí. Pero aquello
fue eclipsado por una mirada de profundo asco que mis ojos habían percibido de
uno de los sujetos. Ataviado con una
camisa elegante, demasiado elegante para aquel lugar, unos brillantes, limpios
y lustrados zapatos junto a unos pantalones lisos... llegué a creer que podría
ser el dueño de ese sitio de mala muerte, pero cuando te moviste, acercándome
hasta él para presentármelo mi sangre se heló. Se llamaba Desmond, un compañero
de trabajo. Me sorprendía el hecho de que nunca le hubieses nombrado en todas
las conversaciones que tuvimos y que ni siquiera avisases de que íbamos a estar
acompañados. Al parecer Desmond era comercial de la empresa de Sally, su
carácter me era extraño... de rudas sutilezas a la hora de mantener la
charla... insistía en no beber nada y que de hecho el alcohol era seriamente
dañino para el organismo, por lo que para no faltarle el respeto decidí pedir
simplemente un refresco para acompañar la velada. Desmond no parecía muy
contento con la música ni con el ambiente, ¿por qué entonces había decidido
estar allí? Me incliné a pensar que aquello junto a su mirada anterior pudiera
ser fruto del hecho de que él fuera un ex-novio tuyo o a lo mejor un amigo
celoso que aspiraba a ser algo más como yo pude hacerlo... Mi mente fue
luchando para apartar esos pensamientos, centrándome en la conversación de
Desmond. Era cruel... no parecía tener el más mínimo apego por la gente debido
a cómo se refería a los de más baja clase... los pobres sin hogar, adictos, y
otra clase de calaña que fue nombrando para mentar chistes desalmados en los
cuales solo tú encontraste una leve gracia, enseñando tu perlada dentadura con
una leve y queda risa. Oliste mi miedo en aquella ocasión, me miraste fijamente
y al ver mi forzada sonrisa, falsa pero a la vez cordial notaste cómo a pesar
del aspecto de tu “amigo” no me encontraba cómodo, me pediste salir a bailar,
sabiendo que él no nos seguiría a disfrutar de esa música que tanto asco le
provocaba.
Y en tus brazos me devolviste la
calma, en esa aglomerada multitud a pesar de tantos ojos yendo y viniendo hacia
nosotros dos me devolviste esa añorada intimidad para derretirme en ellos...
para dejar fluir y salir esa engorrosa compañía. El cambio de DJ trajo frescura
al sitio, creía que iba a llover sangre al escuchar la peculiar remezcla de la
canción de New Order que sale en Blade (confusión). No es que fuera tu estilo
preferido de música (y es que tras unos cuantos meses ya era conocedor de
ellos) pero decidiste seguir conmigo, al son de esas notas... al son de mi
corazón para hacerme sentir mejor. Y ahora siento que ese corazón late
aletargado, luchando por recuperar el ritmo normal debido a lo que me dieras en
la bebida.
Desmond se acercó un instante, supuse
que fue para despedirse, susurrándote algo al oído, antes de atravesar el
enjambre de gente que danzaba por la pista, para marcharse de aquel sitio.
Esa noche fue especial, ya que pasaría
mucho tiempo antes de que pudiera volver a verte. El trabajo me mantuvo alejado
de ti, volviendo a mi dormitorio sin fuerzas para abandonar la cama,
desesperado por poder tener tu compañía, pero sin el coraje para poder
llamarte... y las pocas veces que lo pude reunir tampoco era un buen momento
para ti. Fue una mala racha, ¿lo recuerdas pequeña? Sin embargo la llama seguía
encendida con cada llamada de teléfono, con cada mensaje sms para desnudar
nuestros sentimientos, nuestra alma... dejar plasmadas esas palabras de afecto,
de amor... sacando a relucir lo que no se nos estaba permitido en nuestra vida
laboral. Nuestro interior, nuestro... ¿corazón? Quizá el mío sí... ¿pero el
tuyo también lo desnudaste Sally? No importa, al menos aunque fuera algo falso
el influjo fue tal que pudiste hacerlo pasar para mí como algo real y en el
(remoto) caso de que fuera cierto... no me importa lo que haya perdido esta
noche aquí, preciosa.
Recuerdo el esbozo que tracé en mi
mente y después pude plasmar en papel… aquel dibujo que todavía no te he
entregado, ¿pero de qué iba a servir cuando buscabas en realidad otras cosas?
Aquella hoja de DIN A2 repleta de carboncillo, esas líneas, ese rostro plasmado
no podía describir lo que hoy he descubierto. No podía atravesar el velo de lo
que creí ver (y sentir) hasta esta fatídica noche en la que me encuentro ahora
sumido en este motel. Como siempre, me sorprendiste, no me lo esperaba…
Finalmente pude
verte en tu piso nuevo, alejada de los males de tu ex novio, entre el caos y el
desorden, pero libre, feliz… a pesar de que ese sitio era diminuto. El hecho de
verte (además en ese estado tan bueno, contenta y cómoda) me influenció de una
manera muy positiva. Estuvimos hablando con la música en tu ordenador portátil,
escuchando esa magnética conversación de las películas que te apasionaban, poniéndome
una de ellas mientras estábamos pegados en la cama. Pasado un tiempo te
levantaste, caminando hasta la nevera para coger algo de beber, al preguntarme
qué deseaba tomar me levanté para acercarme hasta ti, robando de tus labios un
beso para inmediatamente susurrarte
“esto es lo único que quiero tomar”. Esa fue la última vez que pude tomarte,
esa vez al acabar, tu semblante cambió al despedirnos para dormir, insistiendo
en mantener las distancias al descansar en el amplio colchón. Aquello me dolió,
pero no podía negarte nada a ti, mi niña. Obedientemente me puse en el extremo
opuesto de esa cama para descansar, viendo la preocupación en tu rostro sin
llegar a entender qué te pasaba. Al dormirte no pude evitar volverme,
observando desde esa pequeña distancia, desde esa leve lejanía tu tembloroso
cuerpo, delicada nieve tapada con esa sabana. Cavilando si en alguna manera te
hubiera llegado a molestar algo de mí… si podría haberte ofendido con algo,
pensando en qué habría hecho para marcar las distancias de semejante manera.
Cuando mi mente se
dio por vencida de intentar razonar los posibles “porqués” caí rendido,
sumiéndome en el abrazo de Morfeo para el día siguiente encontrarte tan
radiante como siempre, pero con una inusitada seriedad a la hora de
despedirnos. Esa fue la última vez que pude probar de tu boca la dulce miel de
un beso. Entonces pasó el tiempo, no me llamabas, tampoco estabas interesada en
mantener el mínimo contacto conmigo. Mi insistencia en vernos era frustrada con
una respuesta negativa al no disponer de
tiempo y/o ganas para ello, haciéndome ver una agenda tan apretada como la de
un ministro de exteriores. Resistí como pude la pena que invadía mi cuerpo
semana sí, semana también… amenazando con una depresión de la que ninguno de
mis conocidos entendía su origen. Dos meses después recibí ese extraño e-mail,
contándome cómo echabas de menos mi voz, mis palabras… anhelos de poder verme
en un hotel… en este hotel. Al llegar a la estación me tomaste el brazo
suavemente, apoyando tu cabeza y dejando que tu sedoso cabello acariciase mi
hombro. Caminando hasta el sitio que me habías contado; me parecía raro no
haber quedado en tu casa o la mía… pero decidí hacer caso omiso de esas cosas
para disfrutar de la fragancia que despedías. Al llegar me hablaste en la
habitación de lo ocupada que habías estado en un proyecto con Desmond, si la
ilusión de verte de nuevo no me hubiera cegado quizá habría reparado en tu
tembloroso timbre de voz, apagado y pululante como la llama de una vela en
mitad de un vendaval. Pero prefería atender a tu historia, tu verdad a medias
en la que me contabas lo que ibas a hacer… de tu mochila sacaste una botella de
agua, ofreciéndome un trago mientras ibas al baño. Ignorante de mí, en realidad
estabas comprobando el estado de higiene del lugar.
Apuré el último
trago que hizo que perdiera el sentido y despertase en esta pesadilla… Con uno
de mis sorbos largos ingerí suficiente droga como para caer seco sobre la cama
en cuestión de minutos… creo recordar en ese desfallecido momento que lágrimas
resbalaban por tus pálidas mejillas. Temo que sufriste más dolor abriéndome en
canal para despojarme de mis órganos que yo, al fin y al cabo sedado no sentía
nada.
Y heme aquí,
repasando mentalmente la lista de indicios, de esas pistas ocultas entre los
recuerdos… entre esos momentos vividos. Cualquier cosa que me haga salir de mi
ignorancia y logre despegar esos sentimientos, pero es imposible recordarlo con
certeza. Repaso mentalmente en mi imaginación esa pequeña vivienda que
alquilaste tras dejar el sitio en el que anteriormente vivías, con tus cosas a
medio desempaquetar, el portátil sobre la cama, lienzos apoyados sobre las
paredes y una caja en la que reposaba la pistola de pintura. Algunos objetos de
decoración de madera y cerámica que aún no habían encontrado un lugar donde
adornar tu nueva morada, la ropa desperdigada por el armario, sin colgar en las
perchas… entre todo ese desorden aparente que ahora pulula en mi mente no
encuentro nada que me contase ese turbio negocio al que me has sometido
preciosa…
Cavilando si de
verdad fui un simple juego, un negocio para ti o si hubo algo de cierto en todo
lo que me dijiste, en tus sentimientos, en las confesiones de tu pasado.
Pensando si de veras fui un imbécil, o quizá un afortunado imbécil mejor dicho,
al caer en tus maquiavélicas maquinaciones… o si de verdad me amaste y te viste
forzada a ello. Sally… de ser así no me hubieras tenido que hacer esto, habría
empeñado cada uno de mis objetos. Pero una pequeña parte de mi me hace pensar
que ese comercial (Desmond) y tú lo habíais planeado todo desde que le conocí,
solo fui un negocio más para él y para ti… un paciente más en vuestro
“paciente” juego del gato y el ratón… la mosca que atrapó la araña para sacar
todas sus entrañas (literalmente) cuando el momento propicio llegase. Mi salud
no era lo importante… el tabaco, el alcohol era dañino para todo el proceso…
las reacciones que produjera el anestésico, el estado de los órganos y que
pudiera sobrevivir a esa operación al gozar de mayores fuerzas por verme libre
del alcohol. Sinceramente, hubiera preferido que me matases. No por el hecho de
que me falten las corneas, el riñón y seguramente uno de mis pulmones… deberías
haberme dejado vacío… deberías haberme dejado morir, dejado mi cadáver hueco
porque aunque no hayas tocado mi corazón, me lo has robado, me siento ahora
vacío sin ti… y eso es más doloroso que todo el proceso de recuperación que
tenga que sobrevenir ahora, más doloroso que el hecho de asimilar que mi vida
ya no será la misma (porque sin ti, créeme preciosa, no lo será). Ojalá me
hubieras arrebatado la vida en esta bañera… porque sin ti, no se puede llamar
vida. Porque a pesar de que lo noto aquí latiendo… también te has llevado mi
corazón.